
Desde hace unas noches sientía una extraña presencia en mi habitación.
Sentir en mitad d ela noche un susurro de voz cálida que te llama o una caricia en la mejilla es una sensación horrorosa.
Me levanté asustada y no encontré a nadie. Todos estaban dormidos; sumergidos en sus sueños, mientras yo, sola con mi conciencia, luchaba contra el miedo.
Apagué las luces y me quedé a oscuras en la habitación.
-¿Quién hay ahí?_susurré varias veces; pero no encontré respuesta.
Cerré los ojos y un leve escalofrío recorrío todo mi cuerpo. Todo me resultaba tan raro y enigmático..., que sólo pensarlo me impedía cerrar los ojos por miedo a no volver a abrirlos.
Lo más curioso era que sólo al anochecer, veía esa sombre que me desconciertaba.
A la mañana sigiente, el cansancio inundaba mi cabeza. No podía dejar de pensar en ello y, por mi propio bien, debía descubrir esa noche lo que ocurría.
Cuando anocheció y todos estaban dormidos y sin provocar el mínimo suspiro, me levanté de la cama.
¿Qué podía hacer yo? tampoco sabía alo que me iba a enfrentar o...¿serían ocurrencias mias?
Me puse a caminar y al pasar por el gran espejo de mi habitación, algo me llamó la atención. Me acerqué un poco más y, al ver lo que se encontraba detrás de mí, la cara se me cambió de repente. Miré rápidamente hacia atrás y no había nada; sólo cuando miraba al espejo él aparecía y me sonreía suavemente.
-¿Quién eres?_ pregunté con voz firme y sin mostrar el mínimo gesto de miedo, aunque lo sintiera.
Pero el seguía imperturbable, con esa gran sonrisa y, al parecer, sin ningún interés de contestarme.
Lo volví a intentar de nuevo pero esta vez alcé la voz. Todo fue en vano.
Me senté en el suelo y me quedé mirándolo; no estaba dispuesta a que se me escapara sin saber de quién se trataba.
Los ojos se me cerraban por el agotamientoo. Sabía que no podía permanecer así mucho tiempo porque, cuando menos me lo esperase, sucumbiría al sueño y él desaparecería.
En el momento en elq ue iba a caer vencida, un dulce murmullo me dijo:
-No temas...Estaré siempre contigo...
Y, sin más, caí rendida al suelo.
Con el primer rayo de luz que entró por la persiana, abrí los ojos.
Lo primero que hice fue mirar si seguía allí, pero me llevé una gran desilusión al comprobar que se había marchado.
Me levanté del suelo y me acerqué al espejo. Lo miré fijamente y de repente sentí un delicado beso en la mejilla.
Desde ese día, cada vez que me despierto por la noche con temor, sonrío y pienso que en alguna parte de mi habitación, hay alguien que me protege...
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